Edmundo Dantès era un marinero francés de 19 años que estaba a punto de convertirse en capitán del barco “El Faraón” y casarse con la mujer que amaba. Es el protagonista de la novela de Alejandro Dumas, El conde de Montecristo, de 1844.
Tras ser acusado de bonapartista, Edmundo fue enviado injustamente a las horribles mazmorras del castillo de If, la prisión fortificada ubicada en la isla de If. Dantès pasó 14 años en prisión, donde sufrió enormes dificultades e increíbles vicisitudes. Su natural bondad desapareció, y vengarse de quienes lo encarcelaron se convirtió en su razón para vivir.
Dantès descubrió a un compañero prisionero cavar un túnel, y así él también comenzó a cavar. Cuando los dos hombres finalmente se reunieron, el otro prisionero resultó ser un monje, que enseñó a Dantes muchos idiomas, ciencias, historia y otros temas.
Abate Faria
El abate Faria se convirtió en un padre y mentor para Edmundo, transformó al joven e inocente Dantès en un hombre seductor, magnífico, brillante, erudito y sabio.
De hecho, el abate Faria salvó a Edmundo de suicidarse y le hizo entender que las circunstancias que él vivía, por muy trágicas, no eran un error de la vida. Faria, al borde de la muerte, le reveló a Dantès el escondite de un tesoro enterrado en la isla de Montecristo, con riquezas incalculables en monedas de oro, diamantes y otras joyas preciosas.
Escape de la cárcel
Tras la muerte de Faria, Edmundo se escapó de la cárcel. Es de hacer notar que en los 14 años que pasó Dantès encarcelado, perdió la capacidad de sentir cualquier emoción que no fuese un gran odio a los que le hicieron daño, y gratitud hacia aquellos que trataron de ayudarlo.
Se movía por el mundo como un forastero, desconectado de cualquier comunidad humana e interesado solo en llevar a cabo su venganza.
En la isla de Montecristo encontró efectivamente el enorme tesoro de Faria. Consideró su fortuna un regalo de Dios, dado a él con el único propósito de recompensar a aquellos que le ayudaron y, lo que era más importante, castigar a quienes le hirieron.
En París
Dantès descubrió que su padre había muerto en su ausencia y que su prometida Mercedes se casó con su enemigo Fernando Mondego, quien lo traicionó. También se enteró de que sus enemigos Danglars y Mondego se volvieron ricos y poderosos, y viven felices en París.
Diez años más tarde, Dantès reapareció en Roma como el conde de Montecristo. Se hizo amigo de Albert de Morcerf, hijo de su enemigo Fernando Mondego y su exnovia Mercedes. Albert introdujo a Dantès en la sociedad parisina, y nadie reconoció al misterioso conde, aunque Mercedes al final si pudo hacerlo.
Dantès había reunido información durante la última década, trazando una elaborada estrategia de venganza contra quienes le hicieron daño.
Castigo a Fernando
Fernando Mondego, ahora conocido como el conde de Morcerf, fue el primero en ser castigado. Dantès expuso el secreto más oscuro de Morcerf, quien había reunido su fortuna traicionando a su antiguo protector, el visir griego Ali Pacha, vendiendo también a su esposa e hija como esclavas.
La hija de Ali Pacha, Haydée, ha vivido con Dantès por siete años, desde que este compró su libertad. Ella testificó contra el conde Morcerf frente al senado, arruinando irreversiblemente su buen nombre.
Avergonzados por la traición de Morcerf, Albert y su madre Mercedes huyen, dejando atrás su fortuna. Fernando finalmente se suicida.
Castigo a Villefort
El castigo de Villefort, el otro enemigo que encarceló injustamente a Edmundo Dantès, llegó lentamente y en varias etapas. Dantès, aprovechándose de los instintos asesinos de la señora de Villefort, sutilmente le enseña cómo utilizar veneno. Mientras madame de Villefort hace estragos, matando a cada miembro de su casa, Dantés planta las semillas para otra exposición pública.
En la corte, se revela que Villefort era culpable de intento de infanticidio, ya que trató de enterrar a su hijo ilegítimo mientras aún estaba vivo. Sabiendo que pronto tendrá que responder a graves cargos criminales, y afectado por la muerte de sus familiares, Villefort se vuelve loco.
Contra Danglars
En su venganza contra su enemigo Danglars, Dantès simplemente juega con su avaricia. Abrió varias cuentas de crédito falsas a su nombre, lo que le costó grandes cantidades de dinero. También manipuló a la esposa infiel y deshonesta de Danglars, y ayudó a su hija, Eugénie, a huir.
Finalmente, cuando Danglars está casi a punto de huir sin pagar a ninguno de sus acreedores, Dantès contrata al bandido italiano Luigi Vampa para secuestrarlo y quitarle el poco dinero restante que le queda. Dantès se vengó de Danglars dejándole sin dinero.
Ayuda a Morrel
Mientras tanto, a medida que estos actos de venganza se desarrollan, Dantès también intentó un acto de bondad. Edmundo deseaba ayudar al valiente y honorable Maximiliano Morrel para salvar a su novia, Valentine Villefort, de su matrona asesina. Dantés le dio a Valentine una píldora que la hizo parecer muerta y luego la llevó a la isla de Montecristo.
Durante un mes, Dantès le hizo creer a Maximiliano que Valentine estaba muerta, lo que le causó un gran dolor. Finalmente, Dantès le reveló a Maximiliano que Valentine vivía.
Habiendo conocido las profundidades de la desesperación, Maximiliano es ahora capaz de experimentar las alturas del éxtasis. Edmundo Dantès también encontró la felicidad, al enamorarse perdidamente de la dulce Haydée.
Frases de Edmundo Dantès
- Siempre habrá labios que digan una cosa mientras el corazón piensa otra.
- ¡Me he substituido a la providencia para recompensar a los buenos…! ¡Que el Dios vengador me ceda ahora su puesto para castigar a los malvados!
- Lo más curioso que hay en la vida es el espectáculo de la muerte.
- Los malos no mueren así, porque Dios parece protegerlos para hacerlos instrumentos de sus venganzas.
- (…) yo no me ocupo jamás de mi prójimo, no procuro proteger nunca a la sociedad que no me protege, y diré aún más, que no se ocupa generalmente de mí, sino para perjudicarme, y retirándole mi estimación, y guardando la neutralidad frente a frente de ella, es todavía la sociedad y mi prójimo quienes me deben agradecimiento.
- Todo mal tiene dos remedios: el tiempo y el silencio.
- Mi reino es grande como el mundo, porque no soy italiano, ni francés, ni indio, ni americano, ni español: soy cosmopolita.
- No es el árbol quien abandona a la flor, sino la flor la que abandona al árbol.
Referencias
- The Count of Monte Cristo. Recuperado de sparknotes.com.
- Alexandre Dumas: The Real Count of Monte Cristo. Recuperado de thehistoryreader.com.