¿Qué es la leyenda de la viuda del tamarindo?
La leyenda de la viuda del tamarindo es un relato de origen ecuatoriano que se remonta a los años de la Colonia. Dicha leyenda cuenta la historia de un espectro que aparecía en los campos espantando a los hombres que solían ir a beber o querían conquistar muchas mujeres.
Este relato ecuatoriano es ampliamente conocido y su historia se expande a diferentes países del continente. En Venezuela y Colombia esta leyenda se conoce como “La sayona” o “La llorona”.
Este espectro se aparecía por las calles oscuras, vestía un traje oscuro negro y llevaba un velo que le tapaba la cara. Los hombres la confundían con una mujer de gran belleza y salían tras ella.
Esta mujer atraía a los hombres a una hacienda en Quinta Pareja, en donde se encontraba un árbol de tamarindo, y allí, mostrando su rostro, espantaba a los hombres y quedaban tendidos en el suelo.
¿En qué época empezó el relato de la viuda del tamarindo?
La historia comienza en la época de la Colonia. Un rico hacendado se casó con una joven hermosísima. Dentro de una de sus propiedades, la Quinta Pareja, había un árbol de tamarindo, el preferido de él, bajo el que solía descansar.
Las malas lenguas decían que ella se había casado con él solo por su fortuna, rumores que llegaron a sus oídos.
El hacendado murió repentinamente, en circunstancias sospechosas, y los rumores se intensificaron. La joven viuda se dedicó a gastar el dinero, sin importarle lo que dijesen los del pueblo, ni guardar el luto debido a su difunto esposo.
Pero algunos meses después, ella sufrió un accidente, también extraño, del cual no sobrevivió. Pasó un tiempo, y una noche muy oscura, dos trabajadores de la finca vieron a una atractiva mujer vestida de negro que les hacía señas para que la siguieran.
Ellos lo hicieron, por supuesto, y la mujer caminó hacia el tamarindo, y cuando estuvo debajo de sus ramas, se dio la vuelta y se destapó el rostro, mostrando una grotesca calavera. Lanzó una risa espectral y vio a los trabajadores morir entre convulsiones, presas del miedo.
A partir de ese momento la gente comenzó a evitar ir a la finca, hasta que esta quedó totalmente abandonada. Nadie osaba pasar por allí, pues decían que había una mujer hermosa esperando por los hombres desprevenidos para matarles del miedo.
Variación del relato
En Latinoamérica hay un montón de fábulas y anécdotas parecidas a la leyenda de la viuda del tamarindo. Por ejemplo, en Colombia y Venezuela la historia toma otro nombre: “La sayona” o “La llorona”.
La leyenda cuenta la historia de una mujer de los llanos, esposa de un campesino. La esposa se enteró de que su madre tenía relaciones con su esposo y que además estaba esperando un hijo de él. La mujer, llena de ira, decide incendiar la vivienda donde su madre vivía.
Así pues, la mujer queda condenada por su propia madre a vagar por las calles y a no encontrar nunca el verdadero amor. De esta forma, el espanto empieza a salir por los llanos venezolanos y colombianos, asustando a los hombres infieles.
Esta mujer luce un traje blanco que atrae a los oriundos del lugar para luego mostrar su verdadero rostro de cadáver, dejando aterrados a los transeúntes.
Otras versiones
Una de las características principales de este tipo de historia es que se van transmitiendo de boca en boca, a través del tiempo. Por eso se pueden citar más versiones.
Una historia distinta cuenta que la mujer aparecía en el pueblo ecuatoriano El Morro, frustrada y loca por haber perdido a su marido.
Hay otras historias ecuatorianas, como la Dama Tapada o la Diosa Umiña. Esta Diosa Umiña, junto con otros dos seres, la Viuda y Tuna, resultan ser el mismo fantasma para luego convertirse en uno de los espectros más temidos en el Ecuador.
La Dama Tapada aparece como una creencia popular surgida en el siglo XVIII en Guayaquil, Ecuador.
Esta leyenda relata la historia de una dama que se aparecía alrededor de la medianoche a los borrachos, a quienes llevaba al viejo cementerio, Boca del Pozo, en la parte baja de la iglesia de Santo Domingo, en Guayaquil.
La joven mujer usaba ropa elegante y un hermoso velo que cubría su cara, lo que impedía a los hombres ver su rostro. Ellos la seguían hipnotizados porque esta desprendía una fragancia de violetas, sin saber a dónde iban. Una vez en el cementerio, la mujer desvelaba su rostro provocando que algunos de los hombres murieran.
Referencias
- Don Carlos Saona (2010). Rielando en un mar de recuerdos.