¿Qué son los poemas con aliteración?
Los poemas con aliteración abundan en la poesía de todas las culturas, y en la lengua española aparecen con cierta frecuencia. La aliteración es un recurso literario, o figura retórica, que consiste en la repetición de sonidos iguales o parecidos en una misma oración.
Con esto, el poeta busca generar en el lector una cierta sensación, un efecto sonoro peculiar, que resulta agradable al oído, pero también da la idea de continuidad.
Estas repeticiones deben darse en palabras consecutivas o próximas entre sí para que cumplan su función y efecto. La aliteración puede darse a lo largo de todo el poema o en algunos versos.
En poesía, es más común encontrar repeticiones de sílabas o vocales que repetición de palabras completas, aunque también existen de este tipo.
Algunos ejemplos de aliteración en poemas de autores conocidos
1. “Por una cabeza” (fragmento, Alfredo Le Pera)
Por una cabeza
de un noble potrillo
que justo en la raya
afloja al llegar
y que al regresar
parece decir
No olvidés, hermano,
vos sabés, no hay que jugar.
(…)
Por una cabeza
todas las locuras
Su boca que besa
borra la tristeza,
calma la amargura
Por una cabeza
si ella me olvida
qué importa perderme
mil veces la vida
para qué vivir.
(…)
2. “Antorcha en el mar” (fragmento de “Marina”, de Jaime Siles)
Una antorcha es el mar y, derramada
por tu boca, una voz de sustantivos,
de finales, fugaces, fugitivos
fuegos fundidos en tu piel fundada.
Una nieve navega resbalada
en resplandor de ojos reflexivos,
de sonoros silencios sucesivos
y de sol en la sal por ti mojada.
La turbamulta del color procura
dejar sobre tu tez la tatuada
totalidad miniada de la espuma.
Tu cuerpo suena a mar. Y tu figura,
en la arena del aire reflejada,
a sol, a sal, a ser, a son, a suma.
3. “Cantos de vida y esperanza” (fragmento, Rubén Darío)
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.
Yo supe de dolor desde mi infancia,
mi juventud… ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan su fragancia…
una fragancia de melancolía…
Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.
En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.
Y tímida ante el mundo, de manera
que encerrada en silencio no salía,
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía…
Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de “te adoro”, y de “¡ay!” y de suspiro.
(…)
Con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.
(…)
todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura…
si hay un alma sincera, esa es la mía.
La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.
(…)
Por eso ser sincero es ser potente;
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye de ella.
(…)
Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fue a la onda,
y la flecha del odio fuese al viento.
(…)
4. “Cántico” (San Juan de la Cruz)
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
salí tras ti clamando y eras ido.
(…)
Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
no cogeré las flores,
ni temeré a las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
(…)
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
(…)
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjanme muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
(…)
¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
(…)
¡Apártalos, Amado,
que voy de vuelo!
Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.
Mi Amado las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
5. “La tempestad” (fragmento, José Zorrilla)
¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan
del aire transparente por la región azul?
¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan
del cenit suspendiendo su tenebroso tul?
¿Qué instinto las arrastra? ¿Qué esencia las mantiene?
¿Con qué secreto impulso por el espacio van?
¿Qué ser velado en ellas atravesando viene
las cóncavas llanuras que sin lumbrera están?
¡Cuán rápidas se agolpan! ¡Cuán ruedan y se ensanchan,
y al firmamento trepan en lóbrego montón,
y el puro azul alegre del firmamento manchan
sus misteriosos grupos en torva confusión!
La luna huyó al mirarlas; huyeron las estrellas;
su claridad escasa la inmensidad sorbió;
ya reinan solamente por los espacios ellas,
doquier se ven tinieblas, mas firmamento no…
Conozco, sí, tu sombra que pasa sin colores
detrás de esos nublados que bogan en tropel;
conozco en esos grupos de lóbregos vapores
los pálidos fantasmas, los sueños de Daniel.
Tu espíritu infinito resbala ante mis ojos,
aunque mi vista impura tu aparición no ve;
mi alma se estremece, y ante tu faz de hinojos
te adora en esas nubes mi solitaria fe.
Más grave y majestuosa que el eco del torrente
Que cruza del desierto la inmensa soledad,
Más grande y más solemne que sobre el mar hirviente
El ruido con que rueda la ronca tempestad.
6. “Sonatina” (fragmento, Rubén Darío)
La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa.
Que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso olvidada se desmaya una flor.
7. “Égloga III” (fragmento, Garcilaso de la Vega)
En el silencio solo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.
8. “Rima IV” (fragmento, Gustavo Adolfo Bécquer)
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
(…)
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Referencias
- Poema de Marina de Jaimes Silles. Recuperado de poemasde.net
- Poema de Rubén Darío. Recuperado de poesi.as